EL MUSEO ETNOGRÁFICO RECOPILA MILES DE OBJETOS ANTIGUOS, MUCHOS DE ELLOS CONOCIDOS POR SU DESIGNACIÓN PORTUGUESA
Algunas antigüedades han marcado historias que permanecerán latentes en el imaginario social de por vida. Herramientas que protagonizaban la vida cotidiana del pueblo, como la ‘borreguera’ durante la Semana Santa de Cedillo o los ‘errados’ en cada comida que se llevaban los jornaleros que no volvían a casa del campo. Artilugios que más allá de considerarse reliquias, son auténticos salvaguardias de la historia más propia de Cedillo.
El municipio de Cedillo es relativamente joven. Hasta mediados del siglo XIX no era más que una finca lo que se conocía con este nombre, y los pequeños asentamientos que se fueron registrando en ella dependían del término municipal de Herrera de Alcántara. “Aunque la zona contó con colonizadores desde la era megalítica”, recuerda su alcalde, Antonio Gonzalez Riscado. Tanto en aquellos tiempos ancestrales como en la historia moderna, la agricultura y el ganado estuvieron muy presentes en la vida de sus pobladores. De ahí que las herramientas más tradicionales no falten en su Museo Etnográfico, las galerías que conservan sus costumbres más locales. “Aquí tenemos unas cuartillas y todo lo relacionado con el trigo”, señala el regidor, más conocido como ‘Boti’ en la localidad, mientras apunta hacia un viejo instrumento ubicado en el espacio dedicado al granero.
Si le preguntan cuántas piezas se exponen en estas galerías, ubicadas en el Centro Cultural El Casón, denuncia que “me has pillado”. Que no sabría responder. “Pero te prometo que, por curiosidad, las voy a contar un día”. Mínimo son muchas, expresa. Y es que en este viejo caserío se aglutina los objetos más característicos de la historia local. “Con todo lo que dieron los vecinos montamos este museo”, en las instalaciones del por entonces recién inaugurado centro. “Estaba en ruinas. Decidimos reconstruirlo y habilitarlo para poder exponer todas estas antigüedades, con sus paneles informativos para que todo el que lo visita entienda qué está viendo”. Y es que muchas generaciones desconocen algunas de las herramientas que custodia este centro. Véase el caso de la ‘matraca’, un artilugio que sustituía las campanas durante la celebración de la muerte de Cristo, en Semana Santa. “El tiempo que pasaba entre la muerte y la resurrección no se podían tocar las campanas, así que esto se utilizaba para avisar a los vecinos de los toques previos a la misa”, detalla el alcalde, que confiesa que fue uno de los que la usó cuando hacía las veces de monaguillo en la parroquia. “Nosotros le llamábamos ‘la borregona’ porque cuando llevabas mucho tiempo tocando te salían unas ampollas que bautizamos como ‘borregas’”, rememora entre risas.
Nos el único objeto que parece salido de un cuento. En los pasillos del Museo Etnográfico de Cedillo también se encuentran cuernos tallados que los pastores empleaban para llamar al rebaño, un carricoche de principios del siglo XX o unas tenacillas de metal que requerían calentarse en el brasero antes de emplearlas para arreglar una cabellera.
Una casa antigua
En el caso del Museo Etnográfico de Cedillo, el continente cobra casi tanto protagonismo como el contenido. “Y es que nosotros hemos respetado la estructura de El Casón para crear este museo”. 'Boti' aclara esta enunciación explicando que aún se conservan las bóvedas originales de la construcción, “que ya casi ni se conocen en la actualidad”, y el suelo, de barro cocido. “En cada pueblo solía haber un señor que se dedicaba a la cocción de barro para elaboración de azulejos y tejas”, continúa mientras comenta que el original estaba en muy mal estado y hubo que desecharlo, y que el actual es uno cocido para la ocasión.
“Esta es la cocina original”, adelanta mientras que avanza por las galerías. Se detiene en seco en un espacio donde aún se puede contemplar un hornillo y varios objetos relacionados con la matanza. “Esto era la banca donde se mataba al cerdo, y aquello de allí donde se recogía la sangre con la que después se elaboraba el mondongo”, comenta mientras no para de señalar objetos estratégicamente colocados en el espacio. Sorprende que muchos de ellos estén elaborados en corcho, como una especie de fiambrera donde los jornaleros se llevaban la comida al campo e, incluso, una panera. “Aquí todo lo que había era corcho, era el material con el que se confeccionaba cualquier herramienta. Después evolucionó a la madera y el barro, pero mientras, todo en corcho”.
Aunque si algo sorprende de este museo, es la nomenclatura utilizada para nombrar estas antigüedades. La mayoría se designa en portugués, un hecho que poco asombra a los autóctonos. “La cercanía con Portugal ha influido en el folklore y la gastronomía, pero también en nuestra forma de hablar. De hecho, los más mayores son los que mejor se relacionan con los portugueses porque prácticamente hablan en portugués”, declara ‘Boti'. “E incluso yo, que no soy tan mayor, cuando salgo del pueblo dudo de cómo se llama algo en español”, agrega con una sonrisa. Y es que es impensable que la particularidad rayana que caracteriza a estos vecinos no formase parte de la historia del municipio que tomó su nombre de la cesión de Portugal.
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